La llegada del Cruzado


El aire cargado de incienso se movió cuando la puerta se abrió. Una figura de gran tamaño entro en la pequeña cámara, apenas iluminada por unas velas. Comenzó los ritos de combate, la batalla de acercaba.
Su armadura, negra como la noche. Su hacha, afilada y ungida con aceites sagrados. Su bolter frío como la muerte descansaba en un altar junto a un negro yelmo. Su vida era el capitulo y el Emperador  nada más. Ya no quedaba más en él, ya no había duda, debilidad, amor, miedo, esos sentimientos eran un sueño lejano, mejor dicho una lejana pesadilla. Ahora estaba por encima de eso, era un Adeptus Astartes, un marine espacial al servicio del Emperador de la Humanidad, un templario negro, un caballero embarcado en una cruzada eterna contra una galaxia en guerra. 
Colgó el hacha se su cintura. Introdujo el cargador en su ornamentado bolter, con adornos dorados y el emblema de la Inquisición, símbolo de su servicio en los Guardianes de la Muerte. El castellano Hellthelred cogió ambas manos su yelmo y cubrió su cabeza con él, una serie de datos ocuparon su campo de visión, estado físico, capacidad de la armadura, objetivos de la misión,... Estaba listo para partir una vez más al combate, a llevar la muerte a los enemigos del Emperador, a purgar y destruir en su nombre, pues ese era su único y cometido como marine espacial. La pesada carga de proteger a la humanidad caía sobre sus anchos hombres, ellos eran la última línea de defensa de la raza humana, ellos que hace ya mucho tiempo superaron las limitaciones propias de esa especie, alzándose por encima de ella y convirtiéndose en los ángeles del emperador que desde los cielos velan por la Humanidad y desde el cielo caen llevando la destrucción de sus enemigos.  
Salió de la estancia rumbo al hangar donde sus hombres esperaban la orden para embarcar en los transportes y bajar a la superficie de Verin.

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